Junto al vacío.

La oscuridad es la ausencia de luz, y el silencio es la ausencia del sonido. No puedes ver la oscuridad ni escuchar el silencio.

No se podría definir a “Walter” como un qué o quién.

Su apariencia era igual a la del resto de las personas, pero había algo diferente en él; Walter era incapaz de sentir o pensar, sin embargo existía.

Podría balancearse al borde de un peñasco sin sentir miedo, jamás sentía angustia ni ansiedad. Algunos decían que eso era asombroso, pero Walter tampoco podía sentir amor o cariño, ni compasión.

El vivía solo, no tenía amigos, ni esposa e hijos.

No sabía si tenía familia, porque no podía recordar nada, sólo había llegado un día, sin otro pertenencia más que la ropa que llevaba puesta.

Pero Walter tampoco podía sentirse triste o llorar por su soledad.

Y como nunca sentía nada, tampoco podía ser feliz.

La comida más picante le sabía insípida, las más bellas melodías llegaban a sus oídos como acordes descompuestos. Tampoco las mejores obras de arte lograban conmoverlo, ni las comedias más graciosas podían arrancarle una sonrisa.

Incluso era insensible ante el dolor físico, podía salir a la calle sin abrigo durante la más cruel y helada nevada, sin siquiera tiritar.

Muchos especialistas analizaron su condición, pero ninguno de ellos pudo descifrar el misterio que era Walter en sí mismo.

Él no se esforzaba por parecer más humano, aunque las demás personas ponían ideas en su mente y palabras en su boca, no era capaz de crear nuevas.

Y como tampoco podía desear, no deseaba ni ser más humano, ni ser aceptado por los demás.

Los psicólogos decían que estaba deprimido, y los psiquiatras aseguraban que los antidepresivos servirían.

Un día común, como cualquier otro, Walter vio a la hija de su vecina jugar en el jardín frente a su casa. La niña usaba unas botas salpicadas de lodo, unas mayas de colores brillantes y una blusa con mariposas. Su cabello estaba despeinado y le faltaba un diente a su amplia sonrisa.

-Hola, mi nombre es Cindy.- dijo ella, observando atenta a Walter y esperando su respuesta.

Silencio.

-¿Cómo te llamas tú?- preguntó de nuevo frunciendo el ceño, pues su mamá le había dicho que eso era una falta de educación.

Pero esta vez él si respondió:

-Walter.- dijo con vos átona.

-Bueno señor Walter, he de confesarle que yo creía que usted era un súper héroe o un espía encubierto al servicio del gobierno, todos los periódicos y las señoras del televisor dicen que es el hombre más valiente del mundo porque no le da miedo nada y que vive al borde del precipicio.- la niña habló demasiado rápido y tuvo que recuperar el aliento unos segundos.

Walter sólo se limitó a mirarla, sin curiosidad, como si Cindy fuera otra parte del césped verde.

-No sé si estoy vivo.

-Entonces… ¿Es usted un fantasma?- preguntó la niña con los ojos abiertos de par en par y la boca en O.

-Tampoco sé si estoy muerto.

-¡Ah, ya entiendo!, entonces es como un sueño. Mi mamá dice que cuando soñamos, no nos damos cuenta de que fue un sueño hasta que despertamos. Tal vez eso es lo que le pasa a usted, no sabrá si de verdad ha vivido hasta que haya muerto.

Walter estaba mudo.

-Bueno, se me hace tarde para la cena, gusto en conocerlo señor. ¡Debería intentar morir algún día para saber si está vivo!- y la voz de la niña se fue apagando cuando se alejó corriendo por los jardines.

Y Walter tomó esta idea.

Se arrojó al vacío que había dentro de él.

Pero unos hilos fuertes sujetaron sus brazos y sus piernas, había caído en cuenta de que era una marioneta.

En un títere que era controlado por las mismas personas que ponían palabras en su boca, todas sus acciones y movimientos dependían de otros.

Walter sólo decía lo que los demás querían que dijera, sólo hacía lo que los demás querían que hiciera y sólo podía sentir lo que los demás le permitían sentir.

Por eso Walter estaba vacío.

FIN

Derechos de autor: Citlalli Pérez

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